Carmen Hernández, mayo de 2013
El colectivo Historiografía marginal del arte venezolano emerge en 2012 con presentaciones de un trabajo musical-performático en varias instituciones culturales. Originalmente conformado por Luis Arroyo, Iván Candeo, Deborah Castillo, Rodrigo Figueroa, Federico Ovalles-Ar, Gerardo Rojas y Luis Poleo, que de colaborador eventual pasa a ser permanente. El grupo ha elaborado un “cancionero” con piezas dedicadas a artistas que fueron significativos en la renovación de los códigos del arte moderno para apuntar a experiencias más involucradas con lo experiencial, desde un punto de vista crítico, como Marco Antonio Ettedgui, Juan Loyola, Roberto Obregón, Rolando Peña, Claudio Perna, Bárbaro Rivas, Antonieta Sosa y El Techo de la Ballena. Las letras no están exentas del tono irónico que pone en entredicho ciertos “mitos” del arte, así como al geometrismo como canon estilístico, cuyos excelsos representantes siguen el marco referencial contemporáneo. También han incluido a las figuras del curador, del coleccionista y de la bienal internacional, como mediaciones de poder.
En sus presentaciones, donde participan diversos invitados, se entremezclan géneros, sin embargo, el tono en general es abordado con la gestualidad grave e impulsiva del ritmo dominante del hard core punk. Esta propuesta estética se asume con un trabajo en proceso, pues cada puesta en escena implica recontextualizaciones relacionadas con el escenario específico. Asimismo, se inscribe en lo que he llamado “prácticas artísticas de insubordinación” debido a que ejercen un cuestionamiento a los parámetros valorativos establecidos en el sistema del arte local que privilegia la producción formalista de acuerdo a cánones visuales de aceptación en el mercado, dejando fuera aquellas prácticas que apuntan hacia zonas complejas de controversia simbólica.
Además, se aspira a la recuperación del sentido disruptivo originario de cada una de esas prácticas artísticas “marginales” pues, en los casos de reconocimientos que se han hecho de algunas de ellas, han sido visibilizados como “extraños” u “exóticos”. Este gesto aspira a una renovación de los criterios, políticas y códigos con los cuales se jerarquizan las atenciones a las propuestas artísticas, sobre todo con relación a las generaciones de jóvenes, como ellos, que no cuentan con los estímulos necesarios para dar a conocer sus trabajos y activar intercambios simbólicos en un circuito nacional e internacional. Aunque las letras se pierden entre los ruidos acelerados de la batería y la modulación confusa de las voces, generando un ambiente general de desenfreno y frenesí a descifrar a posteriori, esta rebeldía de humor rabioso también se dirige hacia la conducta pasiva de quienes forman parte del circuito del arte nacional, ya sea en lugares privilegiados o “marginales”.